UN CUENTO PARA ANA BELEN
Esto era una vez una gaviota que se llamaba Cipi.
Cipi vivía con sus hermanos y hermanas en un acantilado rocoso donde las olas chocaban sin cesar.
Todas las mañanas al salir el sol las ruidosas gaviotas comenzaban a buscar su alimento.
Volaban en círculos hasta descubrir un hermoso pez que pescar con el pico; entonces, se lanzaban sobre el y lo devoraban entre las rocas. Otras compañeras, ni siquiera se molestaban en pescar y perseguían los barcos de pesca esperando que tiraran los restos de las redes.
Pero Cipi era distinta. Sus hermanos y hermanas no querían sentarse a su lado y a veces hablaban bajito y la miraban de reojo.
Cipi lo sabía. Pero no podía evitar volar y volar todo el día jugando con las nubes, el viento y las cometas; subir y subir en el cielo hasta que le quemaba el sol la punta de las plumas; permanecer en la roca mas alta luchando para evitar caer al mar. Cipi era distinta.
Un día observando a una golondrina que descansaba en una roca, deseo ser uno de esos pequeños pájaros que emigraban en invierno para buscar climas mejores y poder conocer el mundo.
Su vida se limitaba a ese acantilado junto al mar y a unos compañeros y compañeras que lo miraban como a un bicho raro.
Así, que cuando aquella golondrina levanto el vuelo para continuar su viaje, Cipi la siguió a una prudente distancia.
Pronto, la pequeña golondrina noto que era perseguida por aquella enorme gaviota, se asusto pensando que iba a ser devorada y huyo volando lo mas a prisa que pudo.
Cipi la siguió hasta que la oyó decir: “Por favor no me hagas daño”
“¿Cómo piensas eso? Te admiro y por eso sigo tus alas. Llévame a África. Por favor, llévame a África.”
Volaban juntas.
Era gracioso ver a un ave tan pequeña guiar a la enorme gaviota.
Bebe, que así se llamaba la rápida y ágil golondrina, enseñó a Cipi a guiarse por las estrellas de la noche, a buscar las corrientes cálidas de aire que las elevaban hasta lo más alto del firmamento, a buscar cobijo en el frío del amanecer, a comer insectos y frutas; en fin, una nueva vida.
A cambio, Cipi protegía a Bebe de halcones y águilas, la enseñó a planear aprovechando las corrientes, a enfrentarse al viento de cara, a dejarse empujar por el viento de cola; en fin, esas cosas que sólo las gaviotas de los acantilados conocen.
Un día, al final del horizonte apareció al fin la línea de las tierras africanas.
Bebe y Cipi habían alcanzado el hermoso continente y ahora estaban unidas por una amistad que duraría todas sus vidas, eran casi una familia; sabían que siempre se tendrían la una a la otra.
Con todo mi cariño para mi amiga Ana Belén (Bebe) de su amiga Rosa (Cipi).
Joooo¡¡¡ Qué bonito. El cuento, el mensaje y la dedicatoria.
ResponderEliminarbesos
Muy bonita la historia. Una historia de amistad. Abrazos
ResponderEliminar.. te ha quedado una bonita historia en formato cuento.. me recordó a Juan Salvador Gaviota.. :-)
ResponderEliminar.. un beso, Rosa..
Que preciosidad, y las fotos ya ni te cuento...
ResponderEliminarjajajaja
Saludos!
Me ha encantado tu historia!!
ResponderEliminarUn besote