Es la hora de la siesta.
La tórrida ciudad
abre las licuadas fauces de alquitrán.
El sudor despierta la piel que se desnuda.
En todos los huecos de los cuerpos
los dedos de los amantes abren resortes.
El calor atrapa los besos en las bocas
Salvajes danzamos entre delirios insomnes

Da la impresión de que no habrá mucha siesta... Abrazos
ResponderEliminarY nos empeñamos en pasar aun más calor, y en sudar todavía más.
ResponderEliminarUn beso salvaje.