La loca camina por la estrecha y angosta vereda
del fondo de la sima.
Sus ojos rotundamente abiertos
saltan del pálido óvalo de su cara.
Respira apresurada, casi jadea,
apretando el paso todo lo que le permiten las cortantes piedras.
Se para y mira arriba,
al borde del barranco,
y lo ve llamando.
El loco corre sudoroso y desencajado,
agita los brazos y mira abajo.
Sólo a veces se encuentran sus miradas
y les hace gritar y reír a untiempo.
Y continúan corriendo y buscándose
sin hallar el camino.
Él y ella,
locos los dos.
¡Piedad para los locos!
También ellos merecen felicidad y descanso...
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