ABANDONADA

La niña vestía un corto y delicado vestido de una organza de suave tono rosado con alas de mariposas bordadas con lunares de mil colores ;en la cabeza, un pequeño tocado con flores de tela sobre sus pequeñas orejas, y en sus pies, unas merceditas de charol negras.

La festiva, azul y brillante mañana de junio acaba de romper al sol y todavía hay una
pequeña brisa que le produce escalofríos; para evitarlos, le han puesto una chaqueta
de manga corta tejida con angora de pelo largo que abrocha con botones de perlas.
Son los botones más hermosos que haya visto nunca, se siente una princesa.
De la mano de su padre camina por la ciudad.
Es muy temprano pero la ciudad está viva.
Le cuesta trabajo seguir el paso de su padre, va deprisa, llegan tarde.
Los colores se pierden en el aire y la luz convirtiendo la estampa en una acuarela de
tenues brumas de tonos dorados, el aire huele fresco y limpio a bosque y huerta del río.
Se han parado en una esquina, se vuelve un momento y suelta su mano.
Se ha perdido.


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Hoy he recordado esa mañana de Corpus en Sevilla.
La madurez de tantos años pasados hace que comprenda con estoica serenidad la
soledad del ser humano ante la vida desde diferentes perspectivas, aunque no dejan de
ser dolorosas por muy lejos que sean observadas.
Poner la confianza sólo en ti es una dura hazaña.
Muchos y muchas son los que buscan la esperanza de ser reconfortados por una deidad
de infinita comprensión, amor y sabiduría.
Yo confío sin poner nombres; sólo confío y así se me olvida que soy una niña perdida
en una mañana de Corpus Cristi delante de la Catedral de Sevilla.